Sin restar mérito a la reacción de nuestro gobierno ante la crisis humanitaria que suponía el #Aquarius, creemos necesario mirar más allá de la campaña «publicitaria» y los grandes discursos.
Las condiciones que les ofrecemos a estas 629 personas son las mismas que a cualquiera que llega España de manera irregular. 90 días, con un poco de suerte sin pasar por un CIE, para «recuperarse» del viaje y después a la calle con una orden de deportación. La única suerte que tendrán estas personas, de las cuales muy pocas conseguirán la condición de refugiada o la protección internacional, que han llegado este domingo a Valencia es que se librarán de una de esas devoluciones en caliente que se dan en Ceuta y Melilla.
Hemos de estar orgullosos de la respuesta ciudadana y de los cientos de ofrecimientos de ayuda. Pero, ¿dónde estaban hace un par de fines de semana cuando en dos días rescatamos a más de 500 personas en nuestras costas? ¿Seguirán dentro de un par de semanas? Esperamos que, por ejemplo, los 800 traductores que se han ofrecido voluntarios para este fin de semana sigan ahí cuando dentro de 3 meses la organización que se esté encargando de ellas les diga que deben seguir su camino. Cuando tengamos que acompañarles al médico, al cuál les dicen que no tiene derecho. Cuando tengamos que explicarles que no tienen derecho a asilo porque: Irak o Afganistán para la UE son seguros, porque el conflicto intermitente en Camerún entre anglófonos y francófonos aquí ni nos suena, porque los refugiados climáticos no están reconocidos internacionalmente o porque huir de la esclavitud y violación en Libia no es motivo de asilo. Esperamos que estén allí para ayudarles a entender a ese capataz de la agricultura, ganadería o albañilería que les dice que dormirán en un barracón y que les paga entre 3€ o 4€ la hora. Cuando tengamos que explicarles que si durante tres años cometen un delito como trabajar de mantero o sin contrato (porque no se lo quieren hacer) ya no podrán optar a la residencia y deberán estar como ilegales en nuestro país hasta quién sabe cuándo. Que estén para ayudarnos a hacerles entender que su orden de deportación es también su seguro para demostrar cuándo llegaron, que debe acompañarles siempre aunque les pueda suponer dormir en un calabozo, CIE o terminar en un avión de vuelta.
Solo esperamos que de verdad esto suponga un cambio, una verdadera oleada de solidaridad y que las ofertas de acogida, de empleo, de servicios básicos, de traductores, de alimentos,… sigan ahí. Porque siguen llegando y seguirán haciéndolo mientras tengan motivos para huir.